San Valero, vantolero y rosconero; esto afirma el dicho que habla sobre una de las fiestas más populares de Zaragoza, que se celebra cada año durante el día 29 de enero y honra la figura de quien fue obispo de Caesaraugusta y es patrón de la localidad desde 1118.
Poco se sabe con exactitud de la vida de San Valero. La falta de datos documentados hace imposible determinar su fecha de nacimiento, aunque sí que se conoce la de su fallecimiento: 315. Según apuntes biográficos fiables, algunos de ellos obra del poeta Prudencio, Valero fue obispo de Caesaragusta y estuvo presente en el primer concilio cristiano ibérico del que se tiene constancia, el celebrado en Elvira, Granada, en 306.
Valero dedicó parte de su vida como obispo a realizar tareas de confesor y a predicar la fe cristiana; durante esta ocupación estuvo acompañado por Vicente, un joven diácono oscense cuyo camino en vida fue paralelo al de su maestro. Valero fue perseguido por el emperador Diocleciano hasta que finalmente fue apresado, encadenado y conducido al tribunal de Valencia por Daciano, prefecto de Hispania. Así, Valero y Vicente son juzgados por su labor religiosa, aunque el destino de ambos fue notablemente diferente. Según cuenta la leyenda, Valero acusaba cierta tartamudez que dificultaba su habla. Por esta razón, debió ser Vicente quien se encargase de elevar el discurso que tratase de defender a ambos durante el proceso judicial y, al ser finalmente condenados, este se llevó la peor parte. Valero fue desterrado y su diácono, que con el tiempo pasaría a ser conocido como San Vicente Mártir, fue sentenciado a muerte.
Es a partir de este momento cuando la historia de Valero se vuelve imposible de rastrear. Sus pasos y su destino en el destierro quedan en manos de la leyenda hasta siglos después, durante los primeros años del Reino de Aragón. Fue entonces cuando, tras identificar sus supuestos restos, se comienza a afirmar que la muerte del santo tuvo lugar en 315 en tierras pirenaicas. Así, en 1050 los huesos de San Valero son trasladados a la diócesis de Roda de Isábena, donde pertenecen hasta la conquista de Zaragoza en 1118, cuando las nuevas autoridades religiosas de la ciudad toman a San Valero como protector y patrono. Fue Alfonso I el que los solicita alegando que estos han de reposar en el lugar donde Valero ejerció su obispado. Los restos van llegando poco a poco hasta que en 1170 Alfonso II recibe el cráneo del mártir, última de las reliquias conservadas hasta la fecha en la Seo de Zaragoza.
Parece ser que la muerte de Valero sucedió un 29 de enero y es por eso que cada año, durante ese día, Zaragoza celebra una de sus fiestas patronales. La tradición dicta que en esta jornada hay que comer roscón. No se tiene muy clara la razón de esta costumbre, pero sí que se sabe que esta deriva de una tradición medieval según la cual los próceres de algunas ciudades agasajaban a sus súbditos durante los días de fiesta con unas migajas que, con el tiempo, pudieron derivar en el actual roscón. Hacia comienzos del siglo XIX, Zaragoza ya contaba con varios establecimientos que elaboraban este roscón de San Valero.
Desde 1992 existe además la tradición del reparto popular de un roscón gigante en la plaza del Pilar. Este acto aglutina año tras año a multitud de zaragozanos a su alrededor y constituye uno de los momentos más populares de una festividad durante la cual se suceden toda clase de eventos de carácter popular: desde conciertos y competiciones deportivas hasta actuaciones y espectáculos para toda clase de públicos.