Nuestro colaborador Antonio Andrade ocupa gran parte de su tiempo tras la barra su particular templo mexicano, La Picantería. Sin embargo, de vez en cuando no puede resistir ante sus impulsos periodísticos y se lanza hacia alguna crónica o entrevista como la que hoy nos ocupa y que tiene como protagonista a una de las figuras más reconocibles de la creación artística en Zaragoza: Cayo.
Este texto es fruto de una conversación ente ambos.
Siempre me ha gustado el grafiti y el arte urbano (pero el arte real, no esas firmas ilegibles, burdas y subnormales; y mucho menos las pintadas infantiles que empuercan las calles y los barrios de infinidad de ciudades alrededor del planeta), no solamente por la crudeza y la fuerza de sus trazos, o por su carácter de ilegalidad, me gusta porque está completamente exento de los esnobismos y los postureos a los que nos tienen acostumbrados los museos y las galerías de arte más reputadas, porque su trascendencia está más ligada al mensaje y a la propuesta que a la prostitución de nombres y apellidos de realizadores, compradores e intermediarios que gustan de la especulación como accesorio.
Desde los más rasposos murales de una ciudad, Nezahualcóyotl, sumergida en la violencia y el antisistema más característicos del Estado de México, el emblemático y sobrevalorado muro de John Lennon en aquella Praga plagada de ensueño y turismo no deseado, los desconocidos murales subterráneos de esa decadente y ultra racista Melbourne a la que nadie extraña, hasta las coloridas intentonas que plagan los muros del camposanto de Torrero, en esta Zaragoza, nunca he dejado de asombrarme ante la expresión más pura de aquellas y aquellos que navegan a contracorriente.
Así es la historia de Cayo, un personaje que, aun siendo un artista grande, de esos a los que da gusto admirar y seguir, nunca se ha auto percibido como tal. Pero él es un artista de esos que nunca perderán el suelo.
“Yo no me considero artista, me parece que es muy de ego y eso de los egos me provoca desprecio, el título de artista debe llegar de fuera, es decir, que alguien más te llame artista, pero yo no voy por la vida presumiendo de nada, no estoy tocado por nada ni nadie divino. Sí, me presento como artista plástico, pintor, ilustrador, muralista y demás – ríe -, pero no sabría decirte cuánto tiempo llevo como tal porque, seamos honestos, ¿cuándo se conforma un artista? Yo prefiero verme más como un productor de arte que como artista”.
Aunque comenzó a pintar durante la adolescencia, desde pequeño, siempre tenía a la mano un folio y un lápiz o una lapicera para dibujar y garabatear ante cualquier oportunidad.
“Los usaba para evadirme de mis mierdas, a veces me ponía a dibujar a escondidas en lugar de hacer los deberes, pero siempre estaba dibujando algo. Más adelante, ya bien entrado en los trece o los catorce años, comencé a hacer grafiti, luego me metí a estudiar algo relacionado con el arte, no mucho, la verdad, pero me sirvió para comenzar a definir mis conceptos y a desarrollar mi imaginario, por eso hay mucho monstruo y mucha calavera en mi obra, yo siempre he sido punk, es mi estilo de vida, me gusta incomodar a la peña”.
México: muerte y renacimiento
Cayo y yo coincidimos en algo: México, mi tierra madre. Su presencia y sus maneras me recuerdan mucho a ese incansable Francisco Toledo de los barrios más chingones de Oaxaca; porque igual anda por ahí, tirándose un par de cervezas con los colegas en la Madalena que montando una exposición en Madrid o soltando albures y diretes en la Picantería. O trabajando con los jóvenes del reformatorio, o pintando un mural en algún negocio. En fin, que además de ser muy activo, siempre me ha resultado muy cercano.
“Lo mío siempre ha sido trasgredir, violentar a través de mi obra. Las calaveras siempre han estado presentes en mi vida, me mola ese rollo tétrico que aquí en Europa crispa los nervios de muchos porque representa a la muerte. Para mí, esa actitud puede traducirse en miedo, pero cuando viajé a México por primera vez me di cuenta de algo: en cuestión calaveras, yo no era nadie. Los mexicanos utilizan las calaveras para todo y desde hace miles de años, además llegué muy próximo al Día de Muertos y entonces pude ver calaveras por todos lados, en puestos de mercados y tianguis callejeros, en edificios, en pirámides y, en fin, que comencé a empaparme de todo aquello.
Comencé a estudiar sobre el cráneo, me mola mucho todo ese rollo, representa muchas cosas; tanto en las culturas antiguas como en lo esotérico y lo mágico, siempre habrá representaciones de cráneos, ya sea por protección, por trascendencia, por maldad, por remembranza; es un elemento inherente a la cotidianidad, representa ese paso de la vida a la muerte y es curioso porque, finalmente, debajo del pellejo llevamos todos lo mismo.
A partir de todo este estudio hubo mucha mayor apertura en cuanto a mi producción artística, ya luego se convirtió en un fetiche, vamos, que le cogí el gusto y comencé a utilizarlo para todo – ríe -”.
En lo que respecta a su arte, la primera visita a México fue muy nutritiva para Cayo, pero fue durante las consecuentes cuando se consolidó.
“De inicio fue complicado porque no salía lo que yo estaba buscando, pero fue a punta de intentar y reintentar que conseguí desarrollar toda la idea. Siempre que me es posible visito México porque, al tener ya un camino bien asentado en la producción artística, mis búsquedas son más específicas. Ya sé qué sitios debo visitar nuevamente y qué otros debo descubrir para continuar alimentándome de todo aquello que ahí me rodea. También visito a amigos y colegas del gremio, con ellos aprendí la simbología y la importancia de los altares de muertos, parte importante de su cultura y sus raíces”.
Más allá de la expresión
El arte, más allá de lo bello y lo sublime, siempre ha fungido como un puente entre lo justo y lo injusto, entre lo aceptado y lo desobediente, entre lo hipócrita y lo crudo; la obra de Cayo rompe con el preconcebido esquema de la mera expresión del ser, él siempre ha buscado un potente desarrollo de la crítica social, una provocación frontal y sin tapujos que resulta, más que necesaria, urgente para la sociedad moderna.
“La interpretación que le da el público a una obra está guay, pero si yo quiero dejar un mensaje muy claro sobre cualquier tema, procuro incluir algo que haga referencia directa. Para mí, el arte siempre ha sido también una expresión política, pero lo más importante viene de uno mismo como creador, si uno anda jodido emocionalmente, el resultado final será algo chungo. A veces la inspiración se va, pero también debe contarse con la autocrítica, no todo puede ser perfecto”.
Al preguntarle su opinión sobre el enfoque y el desarrollo gubernamental del arte, no pudo evitar reír copiosamente.
“Para mí es una mierda, pero eso ya depende de los gustos de los espectadores, ciertamente hay muchísimos espacios desaprovechados; por ejemplo, yo sustituiría las plazas de toros, que ningún bien le hacen a la sociedad, y las convertiría en salas de conciertos o en galerías”.
Así como en México, el fomento cultural y el desarrollo artístico español han sido manejados desde una postura evidentemente tercermundista. La falta de interés de quienes conforman la cúpula administrativa se ha encargado de minar sistemáticamente el crecimiento en materia de cultura y expresión de la sociedad actual.
“Tienen miedo, les aterra que la gente aprenda a autogestionar los espacios públicos, no quieren perder el control de muchas cosas, por eso echan mano de la censura y de la represión en muchas ocasiones cuando lo que deberían estar haciendo es abrir espacios públicos de desarrollo artístico, poner al alcance de los productores del arte herramientas, presupuestos, instrumentos o capacitaciones. Pero prefieren coartar la accesibilidad al arte para evitar que la sociedad entienda que podemos unirnos, rebelarnos y crear algo realmente potente. En fin, que el arte, si te lo revientan desde las instituciones, carece mayormente de la calidad adecuada”.
El gobierno, como entidad, no debería simplemente permitir el desarrollo del arte entre los individuos; está obligado a fomentarlo. El problema radica en la creciente (y deprimente) falta de interés de una clase política absolutamente carente de clase y en la apatía de las nuevas generaciones.
El arte desde la vena más simple
Todo artista, diga lo que diga y acepte lo que acepte, ha sido influenciado por su entorno, por su contexto socio cultural, por la propia época y, sobre todo, por otros creadores. Para Cayo esto no resulta ajeno. Por el contrario, así como aprendió de la cosmogonía y de la cultura mexicanas y permitió que éstas permearan dentro de su obra, la calle, la honestidad y la valentía de quienes se dedican a crear desde lo más simple nunca han dejado de asombrarle e influirle.
“Para mí, la música tiene mucho que ver, el cine también, las películas de serie B, las fricadas como los monstruos de época, los comics, etcétera. En cada uno de estos mundos hay artistas que se vuelven referencia. A mí me influye más la corriente que los artistas de manera individual”
Gran admirador de Basquiat y del arte de exterior, para Cayo, desde hace años, tiene mayor importancia el trabajo de quienes crean a partir de la honestidad y la coherencia que las grandes luminarias.
“A mí me nutre más el arte que tiene vivencias. El de la peña sin estudios, de quienes han vivido en la calle, no me nutren un Goya o un Velásquez o un Pollock, yo puedo ver un dibujo ahí todo mamarracho, y entender que estoy frente a una obra de arte, pero con los famosos es todo lo contrario, no dejo de ver un cuadro más, un trabajo más.
Mi obra tiene siempre referencias como un Drácula, frases de canciones, monstruos, tatuajes y símbolos que refieren a grupos que me gustan, en fin, que se trata de mantenerse en un constante ejercicio de nutrir el estilo propio. En el fondo, aunque trabajas para ti mismo, también debes hacerlo para la gente, no se trata de aburrir; la gente necesita que el artista esté abierto al cambio, no todo es un papel de tanto por tanto; cuando cambias de técnicas o de formatos, la gente se involucra aún más con el trabajo de uno.
Al día de hoy es más sencillo acceder a cualquier tipo de disciplina artística, basta buscarlo así, como arte. También, cada vez es más común encontrar exposiciones en bares y restaurantes. El arte ya no está encasillado a los berrinches de museos y galerías, las redes sociales y la propia calle ofrecen arte constantemente, murales chingonsísimos en todas las ciudades, el arte está por todos lados, cada día es menos para intelectuales, está más cercano”.
Y así es, lo más bello de todo esto es que, como bien dice Cayo, “nadie irá a tu casa para prohibirte hacer arte, al menos no todavía, y, de suceder, nunca se terminará, se llamaría de otra manera – ríe -”. Pero el arte, por fortuna, nunca dejará de existir, es como respirar o latir, es inherente al animal humano.
Texto, entrevista e imágenes: Antonio Andrade.